miércoles, 15 de abril de 2015

Paracetamor

Al contrario que al resto de la humanidad declaro abiertamente que me gustan los hospitales.
Ese olor que aterra a mi madre,  a mí me trasporta al momento mismo en que yo era un bebé en su vientre.  A salvo, cálida, segura, acogida.
Buscan el origen de mi dolencia desde hace meses. Visito especialistas como en un gran juego de la oca en el que volviera a comenzar una y otra vez.

Neurólogo: Jaime Mateo
 
 


Sitúese en la casilla número veintitrés.

Espero mi turno. Tomo mi nuevo Iphone y continúo con la lectura donde la dejé. La mecánica del corazón, de Mathias Malzieu.  Nunca me imaginé con uno de estos trastos en mis manos para leer  un libro. Sin sentir el sonido del papel  al avanzar.  Sin el aroma a  hoja virgen… Esta vez, ganó la baza el pragmatismo.

Candela Segura.

Esa soy yo.  Accedo al consultorio. Un varón joven, nervioso y atractivo está parapetado tras sus gafas y su bata blanca.
Enfermeras rubias, ágiles y displicentes impregnan el aire con encantadoras palabras técnicas. Su jerga incomprensible me arropa una vez más.

Comienza el examen rutinario. El doctor se aproxima a mí y con firmeza retira el cabello de mi rostro.
Caigo por un precipicio sin remedio. Enmudece mi aliento. El hospital ha roto aguas. Mi espacio seguro ha salido espantado. Desando el terreno cierto.
Se enredaron sus dedos entre mis rizos. Negociamos rápido con una sola mirada.
…Y se revolvieron las medicinas con los abrazos.

Se rompió el cordón umbilical.

La vida ha comenzado.

 

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